Zehar #51 51 Resistencia y creaciónResistencia y creación: un duro divorcio El capitalismo mundial integrado, en concierto con la tecnociencia, implica un profundo cambio de las formas de existencia humana. Si entendemos la política como el ejercicio de la polémica acerca de las configuraciones de la vida en sociedad, sus nuevos recortes y las nuevas reglas que las sustentan, y si entendemos el arte como el ejercicio de rastreo de las mutaciones de sensación en curso y su presentificación —ejercicio que orienta la creación de nuevas configuraciones de la existencia—, es de esperar que política, arte y sus interfaces estén en crisis. Pensar sus nuevos problemas e inventar estrategias para enfrentarlos está hoy al orden del día. La tarea, con todo, nada tiene que ver con la reconfiguración de esferas y la renegociación de fronteras. El propio orden organizado en esferas con su lógica identitaria se encuentra totalmente desestabilizado, por no decir irreversiblemente obsoleto. Un ambiente propicio, por tanto, para que política y arte se revelen en su condición de potencias de la vida humana; respectivamente, potencias de resistencia y de invención. El capitalismo ha precipitado esta revelación al liberar la fuerza de creación del gueto del arte como esfera autónoma y no sólo movilizarla por todo el cuerpo social, sino festejarla y hacer de ella su principal fuente de valor. Sin embargo, si la caída de los muros que confinaban la fuerza de invención es bienvenida y más aún lo es su celebración, que la libera de la maldición a la que estaba destinada, la diseminación del ejercicio de esta fuerza viene acompañada de una disociación de la subjetividad en relación a las sensaciones que la convocan. Esto tiene graves implicaciones para la vida humana: si un bloque de sensaciones es la presencia viva en el cuerpo de las fuerzas de la alteridad del mundo que piden paso y llevan a la quiebra a las formas de existencia vigentes, el acceso a las sensaciones es indispensable para que se inventen formas mediante las cuales la vida pueda continuar fluyendo. Del lado de la potencia de creación, es ese acceso el que indica el rumbo de lo que deberá ser creado para dar consistencia al proceso de emancipación. Del lado de la potencia de resistencia, es también ese acceso el que indica cuáles son las configuraciones de mundo por las que se debe luchar. La obstrucción de ese acceso interrumpe el proceso y provoca un divorcio entre las potencias de creación y de resistencia. Éstas pasan a tener un destino ciego con relación al objetivo para el cual son convocadas: la preservación de la vida. El efecto es que el ejercicio de tales potencias, en vez de promover la expansión de la vida, la coloca en peligro. El destino de la potencia de creación disociada del acceso a las sensaciones y separada del afecto político es formar un manantial de fuerza de trabajo de invención libre; la libertad, aquí, consiste en que tal potencia esté enteramente disponible para ser instrumentalizada por el mercado, o sea, para ser explotada por su rufián, el capital, que extraerá de ella una plusvalía sin que se le oponga ninguna resistencia. En cuanto al destino de la potencia de resistencia, su disociación de las sensaciones le impide reconocer aquello que la convoca: la crueldad inherente a la vida que destruye formas de existencia cada vez que se hace necesario. Así, no teniendo cómo identificar la causa del malestar, la subjetividad es tomada por el miedo y el desamparo y, para aliviarse, proyecta en el otro la crueldad de la vida y la confunde con la maldad. La fuerza de resistencia es entonces capturada por la forma dialéctica y pasa a ejercerse como lucha entre opuestos: cada uno reivindica para sí el poder del bien y fija al otro en el lugar del mal, contra el cual deberá ser dirigida la fuerza de resistencia. En este tipo de ejercicio de la política, que se transforma en lucha entre el bien y un triste divorcio el mal, sea cual fuere el lado vencedor, el resultado es uno sólo: vence la fuerza del conservadurismo, fruto del temor a la crueldad; pierde la vida, cuyo flujo se traba, cuando no es concreta e irreversiblemente interrumpida por el exterminio en nombre de una configuración de mundo tomada como la verdad, configuración que, por suponerse verdadera, se quiere conservar. Es el mundo del consenso — mundo simbiótico sin alteridad, sin resistencia, sin creación: en suma, sin vida— cuya forma paroxística es el totalitarismo, ya sea de Estado ¿Qué estrategias de subjetivización estarían “curándonos” de estas dos nefastas disociaciones: por un lado, entre la fuerza de resistencia y la fuerza de creación, por otro, entre estas fuerzas y las sensaciones que las convocan? ¿Esta doble disociación qué problemas estaría planteándole a las prácticas artísticas y políticas? ¿Qué estrategias estarían enfrentando esos problemas? ¿Con qué eficacia? Y, más ampliamente, ¿cómo estarían o no reaproximándose el afecto político y el afecto artístico en el conjunto de las prácticas sociales? Finalmente ¿qué otras cuestiones estarían planteándose hoy en el arte, en la política y en sus interfaces? Encontrar direcciones de respuesta para estas preguntas es tarea que no puede realizarse sólo de forma individual. Un trabajo tal depende de la acumulación de experimentaciones infinitesimales por toda la trama del tejido de la vida colectiva. Participar en este trabajo es la intención del presente número de Zehar.
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