Forum 61, Juan Antonio Ramírez

1. Es verdad que asistimos a cambios de gran importancia que afectan tanto a la esfera política y social como a los modos de producción artística. La tan cacareada globalización está produciendo, en la práctica, una nivelación a la baja de muchos adelantos sociales, que desaparecen o se devalúan en regiones donde antes parecían consolidados, y no llegan a implantarse en las zonas del planeta que habían venido careciendo de las estructuras del estado de bienestar. Pero esta realidad descorazonadora está enmascarada por una extensión universal de la parafernalia tecnológica peculiar del capitalismo globalizado: los mismos ordenadores, coches o quirófanos para ricos pueden encontrarse en la India, en Nigeria, en Chile o en Estados Unidos, y es fácil que alguien confunda ese fenómeno con una democratización efectiva de los beneficios del “progreso”. Me parece que la enseñanza de las artes visuales está participando de este espejismo globalizante: como los paradigmas creativos más promocionados pasan por los nuevos medios tecnológicos, y éstos son bastante asequibles (¿quién no está en condiciones de acceder, por ejemplo, a una cámara digital?), puede parecer que se hacen extensibles a toda la humanidad. Que se globalizan no sólo los lenguajes sino también los recursos. Dicho de otra manera: se diría que es factible para cualquiera aprender lo que necesita para ser artista, en todos los lugares del mundo y partiendo de contextos formativos dispares. Filósofos o ingenieros, banqueros o literatos, tanto da a la hora de reconvertirse en artista visual. El proceso a seguir no se parecerá casi nada al que pudieron haber seguido sus equivalentes del pasado: los émulos actuales de Gauguin ya no cogen los pinceles, y si se van a los mares del sur es sólo durante un par de semanas, para hacer un reportaje antropológico. En estas condiciones la enseñanza del arte no puede sino quedar inevitablemente desacreditada.


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